Anoche, te comí a besos mientras la luna nos miraba, y pusimos nombres a cada una de las estrellas. La noche se nos venía encima, pero no importaba, estábamos la playa, tu y yo. Era algo entre nosotros, el mar nos devoraba con sus múltiples miradas. Entre beso y beso, iban y venían las caricias. Mis dedos jugaban con tus cosquillas al escondite, con tu piel de por medio. Sin mirar el reloj, veíamos pasar las horas. Nuestros labios, hicieron un pacto de saliva, sin pensar ni siquiera en lo que querían pactar, tal vez seguir juntos el resto de la noche. Pero aunque lo pensábamos, no estábamos solos, nos acompañaban los besos, las caricias, las miradas de pasión. Y así poco a poco terminó volviendo el sol, mientras nos rebozábamos por la arena, recogiendo la pasión que se nos había escapado durante toda la noche. Pero llegaba la hora de irme, cuando lo intenté, tú me agarraste de la cintura y no me dejaste ir, poniendo la mejor escusa que en la vida había escuchado: "Quédate conmigo, me has creado adicción, quiero que seas siempre mía". En ese momento, me sentí la chica más feliz del mundo. Volvieron las miradas de complicidad, los pactos de salivas, con el mar de testigo. Nuestros cuerpos se inundaron de caricias, besos y abrazos, fundiéndose en un solo cuerpo, en un solo corazón.
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